viernes, 21 de septiembre de 2012

Réquiem

"La niña alargó el brazo, y con una mano temblorosa arrebató a su madre la esfera de cristal que sostenía entre sus dedos. Ya de cerca, observó la escena con detenimiento: Ícaros descendiendo, asidos de la mano, Dédalo sentado al pie del faro... recordó la leyenda. -¡¡NO!! - gritó mientras agitaba con fuerza la esfera y un trémulo torrente de plumas calcinadas enturbió el agua..."

Abrió los ojos y pudo sentir como la sangre goteaba entre sus dedos. Los restos de ginebra y cristal, manchados del líquido encarnado, aún pendiendo del segundo en que con la fuerza de su mano izquierda había estallado el vaso, caían uno a uno en un baile decadente. Pensó en ese recuerdo, en aquel extracto sacado de no recordaba qué libro. Embriagado por el dolor y el humo de su pipa intentó hacer un esfuerzo, mientras que en el hogar se quemaban antiguas máscaras sonrientes...

"Aquella mariposa de fuego se transformó en un fénix, y cambió de nuevo en áspid ardiente, suntuoso, en sirena con cabello en llamas, tan carnal... La imagen se distorsionó y una garra carmesí le tocó el pecho..."

Se sobresaltó, y pudo ver como las marcas de aquellas uñas se señalaban en su tórax, a la altura de la fragua de Vulcano...

"Y el índigo tritón se acercó a aquella sombra. Y con el solo poder de su mirada, derritió el corazón de la sirena, de la mariposa, que dejó atrás todo su pasado. Y su deseo se vio cumplido. Y su capricho y su antojo se realizaron. Un beso selló aquellos labios y un destello se disparó en el aire, azul, intenso, atravesando incluso la luz..."

Y sintió, allí, sentado en la lumbre, como un cristal del color del cielo, un reflejo, una ilusión, se clavaba en su corazón. Y lo marchitaba. Y lo drenaba. Y una lágrima afloró en los ojos del color del otoño, del color de octubre...

"Un aullido hacia la luna. Llena. Redonda como aquella esfera de cristal. Anular como la penitencia infinita de titanes y héroes griegos. Un lobo negro como la noche gritó mientras bramantes de seda de araña envolvían su cuerpo, impidiéndole hablar. Silencio. Solamente ese silencio. En su pecho un millar de cicatrices. Y en sus ojos marrones un millón de lágrimas..."

Percibió las ataduras en su cuello y en sus manos. Y el silencio se apoderó de su lengua y de su alma. Y lloró... lloró... lloró... mientras en el fuego se consumían sus últimas esperanzas...

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