martes, 25 de septiembre de 2012

El hombre al piano. Ana Belén

No todos tenemos un piano...

Aquelarre

Y en la noche de Walpurgis todas las brujas se reúnen. Todas, hechiceras, encantadoras, con ojos rojos como el fuego, con manos cálidas, con voz dulce que nos incita a acercarnos. Todas y siempre eres tú. Tú, la que me llamas, la que hechiza, la que me embruja. La que me impide continuar si no me miras. La que, sin querer, me hace desear todas y cada una de las estrellas que se dibujan en tu sonrisa si me miras a los ojos.

Tú. Disfrazada de caperucita roja, para este lobo hambriento. Tú, la que velas tu pecado. La que sufre una eterna penitencia. Tú, falsa doncella en apuros que genera en mi el deseo de protegerte. De abrazarte y de impedir que nada te pase, en mi regazo, donde soy más fuerte. Donde puedo vencer a todos los demonios que esta noche se erigen, inmensos, como pesadillas interminables. En mis brazos...

Pero una malévola sonrisa se dibuja también en tu rostro. Como un juguete roto, el lobo se precipita al abismo donde tranquilamente retozan tus ilusiones, mis sueños. Donde creo poder darte lo que mereces, donde me creo capaz de vencerlo todo. Donde este hidalgo de miel, este caballero andante, desenvaina una espada de besos, cargada con el poder que tú podrías darme.

Y tu luz, difusa, se marchita. Se desdibuja en las mismas estrellas que mis ojos aspiran a conquistar. Se pierde en la incerteza de otros brazos, de otros ojos. Más bellos. Más apetecibles. Pero menos puros. Que no podrán darte algo tan bello, tan limpio, tan honesto y a la vez pretencioso.

Mis brazos, las garras de este lobo, son los mismos que sufriendo encienden la pira en la que te consumes, sin saberlo. Sin entender siquiera como se ha producido la situación. Negando en cada aullido la maldita decisión.

Y al arder, tú, caperucita, tú, mi bien amada y deseada sirena, solo dejas el recuerdo de aquello que pudo ser y no nació. Aquello que nunca dije, aquello que nunca pudiste ver. Cumpliendo condena en esta soledad, este lobo se retira cabizbajo. Llorando por las cenizas que tus propios anhelos han creado. Llorando por ti. Llorando sin ti.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Réquiem

"La niña alargó el brazo, y con una mano temblorosa arrebató a su madre la esfera de cristal que sostenía entre sus dedos. Ya de cerca, observó la escena con detenimiento: Ícaros descendiendo, asidos de la mano, Dédalo sentado al pie del faro... recordó la leyenda. -¡¡NO!! - gritó mientras agitaba con fuerza la esfera y un trémulo torrente de plumas calcinadas enturbió el agua..."

Abrió los ojos y pudo sentir como la sangre goteaba entre sus dedos. Los restos de ginebra y cristal, manchados del líquido encarnado, aún pendiendo del segundo en que con la fuerza de su mano izquierda había estallado el vaso, caían uno a uno en un baile decadente. Pensó en ese recuerdo, en aquel extracto sacado de no recordaba qué libro. Embriagado por el dolor y el humo de su pipa intentó hacer un esfuerzo, mientras que en el hogar se quemaban antiguas máscaras sonrientes...

"Aquella mariposa de fuego se transformó en un fénix, y cambió de nuevo en áspid ardiente, suntuoso, en sirena con cabello en llamas, tan carnal... La imagen se distorsionó y una garra carmesí le tocó el pecho..."

Se sobresaltó, y pudo ver como las marcas de aquellas uñas se señalaban en su tórax, a la altura de la fragua de Vulcano...

"Y el índigo tritón se acercó a aquella sombra. Y con el solo poder de su mirada, derritió el corazón de la sirena, de la mariposa, que dejó atrás todo su pasado. Y su deseo se vio cumplido. Y su capricho y su antojo se realizaron. Un beso selló aquellos labios y un destello se disparó en el aire, azul, intenso, atravesando incluso la luz..."

Y sintió, allí, sentado en la lumbre, como un cristal del color del cielo, un reflejo, una ilusión, se clavaba en su corazón. Y lo marchitaba. Y lo drenaba. Y una lágrima afloró en los ojos del color del otoño, del color de octubre...

"Un aullido hacia la luna. Llena. Redonda como aquella esfera de cristal. Anular como la penitencia infinita de titanes y héroes griegos. Un lobo negro como la noche gritó mientras bramantes de seda de araña envolvían su cuerpo, impidiéndole hablar. Silencio. Solamente ese silencio. En su pecho un millar de cicatrices. Y en sus ojos marrones un millón de lágrimas..."

Percibió las ataduras en su cuello y en sus manos. Y el silencio se apoderó de su lengua y de su alma. Y lloró... lloró... lloró... mientras en el fuego se consumían sus últimas esperanzas...

Quinta Sinfonía - Fantasía 2000

jueves, 20 de septiembre de 2012

Ícaros

Sentado, con las piernas pendiendo al filo de aquel acantilado donde el faro del fin del mundo se había apagado. Allí, sedente, cubierto con las negras alas que él mismo había maldecido. Mirando al horizonte. Y todavía una frase resonaba en su cabeza "Os vais a quemar". Cerró los ojos.

Arderé en el infierno mientras tú, sonríes radiante al elevarte en la impunidad de tu pecado. El brillo de tus ojos refleja todo el deseo que mi corazón alberga. Mas no, no es a mi a quien miras. No soy yo la presa de tu avidez, de tu canto de sirena. Y la sombra de este amor me persigue mientras yo deseo la luz de esas mariposas de fuego.

Y sólo ríes si él te mira, y sólo miras si el se ríe, pero no con tu cuerpo, sino con tu alma, donde habita la prístina risa con la que se forjan todos los sentimientos. Y se clava en mi, lacerando mi carne y perforando mi corazón, seco de tanto sangrar, implorando por un poco, sufriendo en la agonía, llorando lágrimas que nacen en puro llanto.

Yo tengo la penitencia de un pecado que no he cometido, pero vosotros... vosotros tentáis a la suerte en cada segundo. Las miradas, las sonrisas. Cada uno engendra una verde arpía, que me devora desde dentro. Y a vosotros os acerca cada vez más al sol.

Ignorantes, orgullosos, ajenos a todo, presa sólo de vuestro instinto. Las Furias os elevan, jubilosos en la liberación de vuestra falta, cada vez más y más alto, donde ya casi no os veo, donde no sois más que un par de dientes de león, que retozan al son del viento, ardiendo por los rayos del sol...

Sentado a los pies de la luz del confín de la Tierra, con las alas intactas, observa como dos sombras sufren el descenso. Su voz, entre susurros, recita aquel recuerdo "Os vais a quemar"...

Contigo

domingo, 16 de septiembre de 2012

Silencio

Son aquellas palabras que nunca dije las que ahora explotan dentro de mi pecho. Las que gritan en mi garganta, rogando por la libertad, clavadas en mi interior con espinas de rosa.

Son esas palabras las que imploran, llorando, un espacio en este mundo. Las que claman dejar el no ser, tomar cuerpo y forma. Decorar cada estrella con su brillo. Prenderse en las alas de fuego de la mariposa que se eleva entre toda esta oscuridad.

Mas deben ser acalladas. Aunque cada palabra sufra, aunque cada una sea promesa y ofrenda, sea dolor o llanto, aunque cada palabra se quiebre bajo el peso de la angustia, tiene que permanecer en silencio. Maldito y despiadado silencio que termina con todas las bellas intenciones y hace florecer el brote de la desesperanza.

Sin decir nada, cada sentimiento expira, llevándose consigo un segundo más, un día, un año, tallando en el pecho de este maltrecho lobo una cicatriz imborrable, como tantas otras. Cada palabra, muda, vuela en silencio, de la mano de los más queridos espíritus, cuyos ojos ven más allá de mi mismo, cuyas propias palabras hacen de bálsamo, pero saben permanecer en silencio ante este crimen.

"Yo recapacito y pienso que puedo ofrecerte mucho más, pero tú le entregas tus labios, él calma sus deseos, yo sufro en la agonía del silencio y tu herida no se cura..." En lo más íntimo R.L.

Son aquellas palabras que nunca diré, las que me hacen guardar silencio.




viernes, 7 de septiembre de 2012

La mariposa

Un lobo. De ojos tiernos y piel blanca como la lana. Suave como la seda. De voz dulce y tranquilizadora, pero un lobo al fin y al cabo.

No son manos afables las que te abrazan. Estas garras inhumanas están acostumbradas al hedor de la sangre. Al fin y al cabo, todo termina siendo pasto del más recóndito instinto. Hay quienes lo llaman supervivencia, confundiéndolo con algo natural, innato y nativo del cinegético carácter heredado de este nahual maldito. Pero nunca nadie sabrá el verdadero motivo. Ninguna persona conocerá jamás al causa exacta por la que todos los que se acercan a la criatura terminan heridos.

Con su errático comportamiento rasga cada uno de los frunces que le mantienen sosegado, indiferente y frío ante la luz de la luna. Pero esa mariposa con los colores del mismo fuego refrescó cada cicatriz que había sido tallada con odio en su corazón. Cada palabra y gesto. Cada caricia y beso se incrustaba en lo más profundo de su alma. No podía permitirlo...

No se sabrá si era rencor o afán de protección, pero una vez más, la bestia asestaba el golpe final con el que la mariposa profería un lamento incluso más desgarrador que las gujas del mismo lobo. Su grito se unió en mística comunión con el aullido del lobo. Unión que quebrantaba los cánones establecidos. Tomó del suelo los restos de aquella alevilla de fuego y los prendió a la altura de su pecho, mientras con las garras marcaba otra cicatriz en su corazón.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La vela del estudio

Aquel destello de luz encendió una vela que yacía apagada desde hace mucho. Un cirio que debía permanecer extinto, moribundo. Pero aquel brillo centelleó en la noche más cerrada. Como una bengala, prendió todas las telarañas que se amilanaban en las paredes del atormentado corazón, refugiándose en los pliegues de cada una de las noches que aquella seda había tejido como consuelo al llanto desconsolado.

Ahora que aquel incendio estaba descontrolado, que todas las imágenes se inflamaban, que el fuego recorría cada uno de los sentimientos, encendía cenizas pasadas, brasas antiguas, en ese momento, el alma estaba ya perdida. Uno a uno, los baúles cerrados por el devenir del tiempo, enterrados bajo cadáveres de miles de hormigas, inhumados por el fango y el lodo de lágrimas vertidas en la arena, uno a uno, todos, se abrían al estallar la aldaba debido al calor y la vehemencia de las llamas. De ellos brotaban aquellas polillas cuya vida había sido perdonada. Ahora transformadas en mariposas de fuego, los cristales de las ventanas se rompían bajo la presión sometida. Sus voces, como el canto de las sirenas, evocaban a los recuerdos pasados, al dolor y la desdicha. A la felicidad y al cariño.

El fuego consumía todo. Derritiendo, destrozando, devastando, pulverizando. Cae de rodillas el fantasma cinéreo que hasta entonces había reflejado. Los trajes apolillados con sonrisas escondidas entre los pliegues, junto con aquella máscara alegre que siempre les acompañaba. Todo perdido. Bajo las llamas todo se comportaba igual. Bueno o malo, feliz o triste, doloroso o placentero. Todo consumido. Los instintos aullaban al calor, agostados, derrotados.

Una lágrima de plata surca los tueros calcinados, osamenta negra que huele a luto. No queda más que cenizas dentro del estudio. No queda nada. Ni pena ni desdicha. Ni amor. Ni nada que no pueda ser justificado. No hay llanto, ni risas. No queda sufrimiento, no queda alegría. Un paso curioso e incierto se adentra en la sala. Mirando cada rincón de aquel corazón. Sabiendo que en cada uno de esos lugares había algo que debía recordar. Una voz quería advertirle del desastre pasado, pero no era capaz de articular palabras.

Y de entre las cenizas, con sus manos desnudas, temblorosas, rescató un trozo de aquel espejo donde ensayaba todas sus sonrisas. Y pudo ver como allí debajo, reflejado bajo la luz de las estrellas, un pequeño brote nacía llorando rocío...