martes, 23 de octubre de 2012

Despedida

¿Qué he de hacer si tu recuerdo se ha atrincherado en mi mente? ¿Cómo evito el sonreír tristemente si recuerdo tu sonrisa? Yo creí que la distancia me salvaría. Que erigir un muro pararía cada oleada de dolor y pena. Cada lágrima y llanto. No podría estar más equivocado.

Desde el otro lado del abismo que nos separa, que divide nuestro reino en dos, tu luz aún llega a mí. Y tu sonrisa ilumina mi vida, con un fulgor gris, más triste que mi propio destino, más oscuro que lo que queda en mi corazón. Sumido en la penumbra, ansío conseguir esa estrella. Tu efigie dibujada en la inmensidad, que me reta a cada paso.

Y duele. Duele cada minuto que pienso en ti y no me miras. Y duele si otros ojos te sonríen. Y duele si no ves que muero por ti. Tú eres mi esencia, mi luz, mi destino. Y yo nada sin ti. No queda nada si no estás. Sino te escucho, si me faltas...

No queda nada. He llorado ríos de tinta por este amor. Y ya no me queda más que mirar hacia delante. Y al girarme, aquella mariposa de fuego me acompaña. Recordándome tu presencia. Obligándome una vez más a observar el resplandor de tu sonrisa. Tú. Tú que derretirías una montaña con solo sonreírle. Al fin y al cabo, eso es lo que has hecho con este corazón de piedra.

Pero no. Aparto suavemente la alevilla. Su luz me guiará ahora al abandono. No vale la pena comenzar una batalla perdida desde el mismo momento en que nació. Mantendré el paso firme. Alejándome más y más. Adentrándome en el oscuro mundo que toma forma delante mía.

Y me reciben esos ángeles. A los que conozco desde hace tanto tiempo, tomándome de los hombros, señalan el nuevo camino hasta ahora no iluminado. Él sonríe severo, ella con una lágrima en los ojos. Y me invitan a seguir.

Las palabras, como telas de araña, como flores marchitas, nacen en cada paso que doy. Están ahí para recordarme el camino que nunca más he de tomar. Y estarán ahí como recuerdo del camino que nunca tomaste.

Irremediablemente tendré que toparme alguna vez más con tu sonrisa. Temo el momento. Sé que una vez más me derrumbaré ante ella. Pero la determinación de la huida será más fuerte. Será mi luz la que brille en la noche. Desconcertada, notarás que algo ha cambiado, aunque nunca entenderás que es lo que pasó. Y si eso ocurre, habré ganado. Y será mi sonrisa la que derrita tus escudos, las paredes de tu corazón. Y será demasiado tarde para los dos.

Recuerda mis palabras. Esto no es una canción de amor. Es un adiós.

domingo, 14 de octubre de 2012

Ella

Ella. Mujer y diosa. Ángel y demonio. Sonrisa. Alma. Cuerpo. Belleza y seducción. Ella. Inocencia. Pecado. Penitencia. Mirada implorante. Amor.

Ella da sentido y forma a mis sentimientos. Da voz  a mis palabras. Desata todo lo olvidado. Regresa lo desterrado, que como hijo pródigo, cabizbajo e inseguro, saluda desde el dintel de mi corazón.

Ella que es fuego y fragua. Destino y final. Pasado oscuro. Presente complicado. Futuro incierto. Aviva una a una las cicatrices cerradas, que duelen como el primer día, pero son calmadas por su sonrisa.

Ella, hiriente espada que se clava con una hoja de besos. Ella que abrió el primer sello y desgrana uno a uno todos estos sentimientos. Que derrumba una tras otra todas las paredes erigidas, los muros levantados, los escudos de mi corazón, para quedarse a dormir en el.

Ella. ¿Ella? No. Tú. Tú, mariposa. Yo, lobo. Tú, con tu luz. Yo sumido en penumbra. Y soy yo el que ha de salvarte del dolor, de la pena.

Tú. Tú y solo tú. Y tus besos. Y mi perdición.

lunes, 8 de octubre de 2012

Eris


Ni siquiera llegaste y ya te vas. ¿Ríes? ¿Ríes con esa risa que ha resucitado a todos los monstruos? La que me devolvió a las hormigas. La que avivó las antiguas cicatrices. Ríes con esa luz que trae el sol, que derrumba estrellas. Ríes en la despedida

Te odio. Te odio a ti y a todo lo que representas. A la mariposa, al lobo. A las cicatrices y a esta maldita tela de araña que nos une. A tu luz y a mi oscuridad. Te odio. Te odio por no ser mía, por no poder protegerte. Por no poder frenar todo el mal y la pena. Por la impotencia de no poder acabar con tu dolor, en mis brazos, con mis manos, que han tomado toda la bondad de la luna sólo para ti.

Solo quería que me miraras. Que me abrazaras. Que me besaras. A mí, solo a mí y a nadie más. A mí que daría todo. A mí que me enfrentaría a cualquier cosa.

Yo solo quería despertarme en tus ojos. Hundirme en tu sonrisa y dormir en tu piel. Perderme en tus besos y esconderme en tus brazos.

Pero no. No soy un príncipe azul. No soy el que buscas. Sabes que no puedo ofrecerte nada más que mi amor. Pero no es suficiente. Quieres algo más. Algo que no puedo darte. Ni el cielo, ni el sol. Eso está al alcance de mi mano. El firmamento, la luna llena a tus pies… Mas no. Tu luz lo eclipsa todo.

Y yo no soy más que un hombre, un loco, un poeta. Solo tengo mi amor y palabras bellas. Sentimientos que florecen en mi pecho, que susurran tu nombre, tallado a fuego… Una cicatriz se dibuja en el horizonte y me hace tuyo aun sabiendo que nunca podrás quererme. Y me quiebro si no estás a mi lado. Y cada segundo es una vida si no me miras. Y cada instante es eterno si pienso en ti.

Te odio por hacerme esto. Por obligarme a buscar tu luz. Tu mirada. A cada paso, en cada noche. En cada batida a ningún lugar. Y tu risa resuena en cada esquina de mi vida, como única música en los peores días. 

Te odio. Te odio por no saber amarte.

Ni siquiera llegaste y ya te vas. Y en la mano tengo aquella rosa que nunca te ofrecí. Y en los labios aquel beso que nunca me atreví a darte. Y en el alma, uno a uno, los versos no recitados, las palabras no dichas, atadas al albo lirio de mi corazón.

Ni siquiera llegaste, y ya te vas. Marchas con aquella sonrisa y te vas…
¿Y ya te vas?
Y ya te vas…

martes, 2 de octubre de 2012

Vals

A la tenue luz de cientos de velas, la sala de baile se ilumina. La música del gramófono empieza a sonar y se oye aquel vals. Mío. Nuestro. Aquella música que tanto nos decía. Que tanto nos había prometido...

Del propio polvo encerrado en la habitación, después de tanto tiempo esperando, comienzan a brotar todas las palabras que nunca hemos dicho. Todas las frases que nuestro valor había impedido formar. Los tapices cobran vida. Las palabras toman cuerpo. Todas y cada una de aquellas sombras, engalanadas con sus mejores ropas. Desprendiéndose de los cortinajes. Descendiendo de las arañas del techo. Uniéndose al baile de los espíritus, al vals de los espectros.

En cada reflejo, en cada giro que la música brinda, ellas danzan, disfrutando. Esperando a que el momento llegue. Y entonces apareces tú. Tan pura, tan limpia. Tan bella. La princesa que esta corte había buscado por largo tiempo. Los caballeros espectrales toman tu mano, y te acompañan a bailar. Sonríes, pero una lágrima brota en tu mejilla. Ríes, pero la pena inunda tu corazón. Con la mirada buscas algo que ansías con el alma.

Y yo, desde el magnífico balcón que preside la escena, apoyado en la balaustrada, observo. Lo observo y medito todo. Y entonces, sólo entonces, desciendo al salón. Enmascarado, tomo tu mano y te acompaño en la danza. Besando cada una de las lágrimas que recorren tu rostro. Y prendo la luna de la tiara que corona tu cabello. Infundo luz a tu corazón, desterrando todo el dolor y el llanto.

Al son de la música, todas las palabras nos rodean. Todo lo nunca dicho nos observa. El tiempo se detiene y la música deja de sonar. Tú no existes y yo estoy solo, entre el polvo de aquello que nunca dije. En la distancia, sabiendo que era la única solución. El fonógrafo vuelve a tocar. Y a la luz de las velas, una lágrima es mi solitaria y única compañera.