jueves, 16 de junio de 2011

Discurso

Hoy haciendo un gran esfuerzo, dado el emotivo momento en el que nos encontramos, dejaré de ser yo por unos instantes. Aunque más bien seré ese yo que apenas conocemos, ese Ricardo serio y entregado, seguro de sí mismo y capaz de decir un texto sin encadenar decenas de chistes. Ese que todos somos, ese que todos esperamos.

¿Cómo empezar a describir todo lo que sentimos? ¿De qué manera puedo yo, en un humilde gesto, plasmar en este pequeño discurso todo aquello que nos pasa por la mente? Son momentos duros, momentos difíciles. Como cada vez que se termina una etapa, y muy señores míos, esta etapa, por mucho que nos cueste afrontarlo, ha acabado.

Después de cinco años, aquí nos vemos. Ya mayores y maduros. Con las ideas asentadas y el corazón mucho más fuerte. Un corazón que ahora se deshace en pequeños trozos para acompañar a todos aquellos que durante estos cinco años han formado parte de nuestra vida. Todos aquellos que nos han acompañado en este viaje, un viaje plagado de risas y de desengaños, de momentos buenos y momentos malos, de exámenes, de fiestas, de interminables horas entre clases y prácticas o viceversa, de sesiones de desahogo en la cafetería, en el pasillo, en mil y un bares…

Son momentos que nunca podremos olvidar. Y aunque peque un poco de extremista, son los momentos que siempre recordaremos. Por que aquí un servidor, aparte de aprender, ha vivido. En esta universidad, en este magnífico campus, se ha encontrado a sí mismo, a sí mismo y a todos aquellos que le han formado, no solo como profesional, sino como persona. Y no hablo sólo de los alumnos, sino también de los profesores, que merecen un muy sentido aplauso por su inagotable paciencia y por su perseverancia. Ellos nos han formado. Ellos nos han enseñado todo lo que sabemos...

Dicho esto, no olvidar a cada uno de mis compañeros. Aquí hemos tenido la suerte de encontrar a personas maravillosas y sería muy presuntuoso de mi parte afirmar que me llevo 56 amigos, porque no es así, todos lo sabemos. Sin embargo, cada uno sabe cual ha sido su rol en mi vida, más lejano o más cercano, más amigo o enemigo. Y me gustaría que tuvierais claro que más allá de todo lo pasado, sería imposible para mí olvidaros.

Sería imposible olvidaros porque me llevo muchísimos recuerdos conmigo. Cada una de las horas que hemos pasado juntos me ha hecho mejor persona. Me ha marcado en lo más íntimo. Ha dado forma a mi corazón y a mis sentimientos. Ha sido el mejor regalo que estos cinco años me han podido hacer.

Sería imposible olvidar esas fiestas hasta las tantas de la madrugada. Esas tardes de cervezas. Esas mañanas de tostadas. Las excursiones al centro para comernos esos molletes de jamón. Los congresos desfasados. La semana de Riviera Maya. Cada una de las excusas que hemos buscado para estar más cerca unos de otros, labrando este vínculo que ahora nos une, forjado con el metal con el que se hacen los sueños, con lo que están hechas las esperanzas. Cada vez que recuerdo esos momentos, me aterra más lo que estamos viviendo. Esta horrenda despedida.

Porque, sí lo sé, seguiremos viéndonos, o al menos lo intentaremos. Pero no será lo mismo. Ahora solamente nos queda ser valientes. Afrontar esta despedida no como un adiós, sino como un hasta pronto.

Un hasta pronto, porque aunque nuestros caminos se bifurquen y estemos anegados en la incertidumbre de saber qué será de nuestras vidas, podemos estar seguros de en alguna parte, a dos metros o a centenares de kilómetros, alguien estará cuando lo necesitemos. Alguien dibujará una sonrisa cuando escuche palabras como cenote o mapache. Porque además de la banda de egresados y de la orla, llevamos una mochila cargada de recuerdos. Imborrables e imperecederos.

Y como me dijo aquél gran filósofo llamado Chiscovié “Habrá que disfrutar del momento y alegrarse de que nos dé pena terminar esta etapa, porque peor sería terminarla impasible. Tú me entiendes, sería una pena no darme pena!”

Sería una pena despedirnos con una lágrima, sería una pena no darnos cuenta de que aún estando lejos, estamos cerca. Sería una pena no poder cerrar esta etapa y vivir en el pasado. Sería una pena no abrir nuestras manos y abrazar el futuro que nos espera.

Y no quisiera despedirme sin antes pediros un favor. Aunque no os pueda pedir que no lloréis, porque no todas las lágrimas son amargas, lo que si puedo pediros es que, al menos, a la vez que nos despedimos, una sonrisa aflore en vuestra boca. Una sonrisa que espero sea la firma de estos cinco años.

Muchas gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario