viernes, 6 de mayo de 2011

El cambio

Hace un tiempo, tomando unas cervezas con unos amigos, jugueteaba yo sutilmente con una cajetilla de tabaco que había sobre la mesa. Es una de mis manías, siempre que tengo algo entre las manos, lo giro y muevo, como si de un tiovivo se tratara el objeto.

En una de esas pausas digresivas que se toman en las conversaciones, uno de tantos silencios que llenan cada uno de los momentos de nuestra vida, leí lo que rezaba ese cartel premonitorio que viene ahora en los paquetes de tabaco. Cual fue mi sorpresa al ver que esos mensajes, siempre descafeinados y llenos de leves acusaciones, se tornaban ahora en guerreros míticos, cargados de palabras enormes y afiladas, como si de un gran mandoble se tratara.

Ahora, fumar ya no puede matar, directamente mata. "Fumar mata" decía a gritos esa cajetilla, y yo podía ver como a cada calada, los comensales de aquella cena de los idiotas iban consumiéndose un poco más a cada momento.

Desde aquel momento, lo miro todo con mucho más cuidado. Lo contemplo todo con esa parsimonia que intento sea mi huella. La mirada contemplativa que sopesa cada uno de los gestos, silencios, palabras y movimientos que hacen mis interlocutores, que se producen a mi alrededor. Ahora miro con respeto las hojas que me asaltan cuando paseo, o escucho con ávida atención los henchidos gorjeos que las aves pregonan en su vuelo.

Esa máxima atención es señal de que algo ha cambiado. Algo ha cambiado en mí. Un periodo se acerca peligrosamente a su fin, y yo debo estar preparado para combatirlo. Ahora debo enfrentarme al nuevo futuro que se abre ante mí, como una tierna flor que desea ser enarbolada hacia el firmamento plagado de estrellas, preguntando por su lugar.

Y no debo tardar demasiado en darme cuenta de que ese brote magnífico que se abre ante el mundo, soy yo.

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