lunes, 11 de junio de 2012

Lobo


¿Quién soy yo, para negarle al destino todo lo que le pertenece?

Nadie mejor que yo conoce mis propios errores. Mis fallos,mis pecados y penitencias. No puedo obligar al destino a doblegarse a mis pies sin al menos intentar justificar mis actos. Sin embargo es mi propio orgullo el que no me deja arrodillarme ante él. Son demasiadas las batallas que he afrontado. Demasiadas guerras en las que he combatido. Guerras que no eran mías, que no llevaban mi nombre, y en las que me he esforzado hasta la extenuación.

He salido herido. Doblegado ante la derrota, pero con la mirada hacia el cielo. Gris, tormentoso. Cada uno de esos truenos eran los alaridos de una bestia que ruge en mi interior. Un animal salvaje, denostado ante cada situación. Pero que tiene las marcas de la guerra, de las víctimas. Toda esa sangre que mancha sus garras. La mirada alta. En cada momento decidido ante su paso. Eligiendo cada camino aunque le conlleve al desastre.

Es todo tan diferente. Todo tan incomprensible ante esos ojos. Todo cuanto le rodea es querido, amado. Pero tan incomprendido. Ruega a veces esa bestia. Pide paz. Templanza. Tranquilidad. Un aullido hacia la luna llena, como súplica implorante de un atisbo de calma. Pero ante la duda, huye a reunirse con la soledad que es incapaz de herirle.

No quisiera más que ser un cachorro eternamente. Sin preocupaciones. Sin tener que sacar de nuevo las garras. Sin mancillar su rostro con el alquitrán exudado de los cuerpos inertes de problemas ajenos. Tan solo tranquilidad. Un remanso de calma donde poder ver sus ojos cristalinos en el agua clara de ese prístino lago escondido por tanto tiempo.

No puede condenarse a un lobo por sus instintos de protección. No puedes castigar a una daga por estar afilada. No puedes negarle al destino que reclame por lo suyo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario