martes, 12 de julio de 2011

La despedida

Apenas quedan unas horas para que aquello que tanto temíamos se haga realidad. Apenas unas horas para despedirnos, irremediablemente.

Podemos estar seguros que ese adiós romperá en mil pedazos nuestros corazones, pero poco a poco, con cada palabra que nos dediquemos, cada recuerdo que brote de entre las sombras, cada anécdota revivida, se unirán aquellas partes. Y esas cicatrices nacientes no serán sino nuestros nombres tejidos a fuego en nuestra piel, tatuados con nuestra sangre. Dulces hojas de una hiedra que nos besa las mejillas.

Paso a paso, llegamos a este punto. Temerosos. Confiados. Con cautela y miedo. Pero debemos ser fuertes. Mirando hacia atrás sólo lo justo, orgullosos de todo aquello que fuimos, de todo lo que seremos. Porque esto no acaba aquí. Aunque nos despidamos.

No dudes nunca de que te he querido, de que te quiero.

No podría habértelo dicho si no fuera verdad. No llores. No derrames una lágrima por mí. Te estaré esperando. Aquí, en mitad del jardín que construimos, regando aquella madreselva que dio los frutos de todo el cariño que nos tenemos.

No llores. No sufras por mí. Tenemos que enfrentarnos a esto aunque tengamos miedo. Los vínculos forjados no podrán desaparecer, fundiéndose en la nada, por mucho que hayamos sufrido. Mira el horizonte que se dibuja.

¿Ves aquella estrella? Es el símbolo de lo que tenemos. Cada vez que te sientas mal, podrás ver como brilla para reconfortarte. La distancia no es óbice para que esto termine.

No llores. No debes sufrir. Yo siempre estaré ahí, esperándote. Cuidando de ti...

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