jueves, 17 de febrero de 2011

Mi barco ha llegado a su puerto

El fin de una etapa ha llegado y abandono el barco con la frente bien alta, con una sonrisa despeinada, esa sonrisa que tanto me identifica.

Hemos pasado muy buenos momentos y otros que, en realidad, no lo son tanto. Estos últimos días han sido muy duros para todos. Para vosotros porque veis como uno de los vuestros se va por un motivo que en apariencia es inexistente, sin mediar ninguna palabra y ofrecer ninguna explicación.

Para mí, porque como bien se ha dicho, he visto como aquellos inquilinos que fui aceptando en mi casa no eran tal y como yo pensaba. O quizás soy yo el que no he conseguido descubrir que el inquilino non grato era yo mismo. La cosa es que, por un motivo u otro, esta que ha sido mi casa durante casi cuatro años ahora me es ajena.

Me es ajena y me es extraña. Produciéndome una sensación tan difícil de explicar, tan farragosa y tan molesta, que solo con sentirla ya tengo suficiente de ella. Sin querer indagar más. Sin querer meter en dedo en la yaga.

Una sensación de incomodidad que me hace tomar el camino más fácil. No puedo pretender que todos os amoldéis a mí, para que sea yo el que esté más cómodo. No puedo luchar contra el agua de una cascada, sólo por querer seguir mi ascenso. Si todos miran hacia el horizonte por la misma dirección, aquél que mira a la contraria es el que debe girar.

Pero cuando, como hoy, las fuerzas le abandonan, y todos comienzan a andar, los pasos de éste último se alejan de los del grupo. Y eso es lo que está ocurriendo. Nuestros pasos se separarán, aunque siempre nos tendremos los unos a los otros.

Vosotros al norte, yo al sur.