Ahora que aquel incendio estaba descontrolado, que todas las imágenes se inflamaban, que el fuego recorría cada uno de los sentimientos, encendía cenizas pasadas, brasas antiguas, en ese momento, el alma estaba ya perdida. Uno a uno, los baúles cerrados por el devenir del tiempo, enterrados bajo cadáveres de miles de hormigas, inhumados por el fango y el lodo de lágrimas vertidas en la arena, uno a uno, todos, se abrían al estallar la aldaba debido al calor y la vehemencia de las llamas. De ellos brotaban aquellas polillas cuya vida había sido perdonada. Ahora transformadas en mariposas de fuego, los cristales de las ventanas se rompían bajo la presión sometida. Sus voces, como el canto de las sirenas, evocaban a los recuerdos pasados, al dolor y la desdicha. A la felicidad y al cariño.

Una lágrima de plata surca los tueros calcinados, osamenta negra que huele a luto. No queda más que cenizas dentro del estudio. No queda nada. Ni pena ni desdicha. Ni amor. Ni nada que no pueda ser justificado. No hay llanto, ni risas. No queda sufrimiento, no queda alegría. Un paso curioso e incierto se adentra en la sala. Mirando cada rincón de aquel corazón. Sabiendo que en cada uno de esos lugares había algo que debía recordar. Una voz quería advertirle del desastre pasado, pero no era capaz de articular palabras.
Y de entre las cenizas, con sus manos desnudas, temblorosas, rescató un trozo de aquel espejo donde ensayaba todas sus sonrisas. Y pudo ver como allí debajo, reflejado bajo la luz de las estrellas, un pequeño brote nacía llorando rocío...
Me parece precioso¡
ResponderEliminarUna vez mas, fascinante!
ResponderEliminar