
Pero una malévola sonrisa se dibuja también en tu rostro. Como un juguete roto, el lobo se precipita al abismo donde tranquilamente retozan tus ilusiones, mis sueños. Donde creo poder darte lo que mereces, donde me creo capaz de vencerlo todo. Donde este hidalgo de miel, este caballero andante, desenvaina una espada de besos, cargada con el poder que tú podrías darme.
Y tu luz, difusa, se marchita. Se desdibuja en las mismas estrellas que mis ojos aspiran a conquistar. Se pierde en la incerteza de otros brazos, de otros ojos. Más bellos. Más apetecibles. Pero menos puros. Que no podrán darte algo tan bello, tan limpio, tan honesto y a la vez pretencioso.
Mis brazos, las garras de este lobo, son los mismos que sufriendo encienden la pira en la que te consumes, sin saberlo. Sin entender siquiera como se ha producido la situación. Negando en cada aullido la maldita decisión.
Y al arder, tú, caperucita, tú, mi bien amada y deseada sirena, solo dejas el recuerdo de aquello que pudo ser y no nació. Aquello que nunca dije, aquello que nunca pudiste ver. Cumpliendo condena en esta soledad, este lobo se retira cabizbajo. Llorando por las cenizas que tus propios anhelos han creado. Llorando por ti. Llorando sin ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario