Simplemente hay veces que no me entiendo. Me tengo aquí, colgado de las estrellas, esperando algo que no sé si quiero. Pendiente del más mínimo detalle que cumpla y revele el postrero deseo que mis propios anhelos han formulado.

Ahora que las estrellas me llaman y yo las sigo con los ojos perlados, ahora, es cuando más seguro estoy de todo lo que me rodea. Cómo no estarlo. Nunca nadie elige la segunda opción. No voy a ser yo menos.
Queda sólo la espera. La espera que en cualquiera de los casos terminará por medrar en mi interior en forma de cruel sufrimiento. Devónico malestar. Prístina oquedad de mi alma que se verá inundada del mismo río de sal que brota desde mis mejillas.
Queda sólo la solemne espera. Liturgia mística que ceremonia este instante. Con aquella estrella que brilla magnánima, apiadándose de mi alma, mientras yo sé que con el canto ardoroso de aquellas voces, una grieta se forma en mi rostro y se pierden por ella todas mis nimias esperanzas...
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