El reflejo cinéreo que se proyecta en esta piel duele como si quemara. Se inflama por completo todo el espíritu del desdichado prisionero al ver como esa espina crece en mitad del alma atormentada, sumida en el profundo sueño que produce el hedor de la podredumbre. Su cuerpo desnudo se retuerce ante el dolor y la pena, bajo el sufrimiento de tanto tiempo encadenado. Extiende el impío brazo hacia un sol que aun conociendo su existencia, olvida derramar sus puros rayos en semejante despojo, evitando la triste mirada que aquellos ojos terrosos ofrecen al mundo.

Piel de mentiras, que le encierra amorosamente como la cáscara de un fruto prohibido, mostrando una sonrisa en lugar de llanto. Y la impotencia de tropezar con palabras ya olvidadas. Celebrando cada instante con el destilado de aquella fruta, la vid que produce el vino de la ilusión, de la falsa esperanza. Vino gris y ceniciento, que esconde grandes pesares, que crece entre los restos desgajados del alma separada por aquella planta. La planta que mata y ofrece vides, la que produce vino e inmundicias...