martes, 31 de mayo de 2011

El mayor terror

Siento un miedo tremendo a que me abandones.

No sé que sería de mí si un día ya no estuvieras. Sé que algún día me dejarás, pero no podría soportar que fuera así, de repente, sin avisar.

No imagino que de impreviso me niegues tus caricias y tus abrazos. Que me dejes solo en esta vida, privado de tu compañía, sin tu hombro para llorar. Sin esa sensación de seguridad cada vez que escucho tu voz. Sin ese miedo extraño que me da defraudarte. Sin esas ganas constantes de saber que te enorgulleces de mí.

Qué sería de mí si mañana me levanto y no estás.

Siento un miedo tremendo a que me abandones.

La oscuridad del silencio

No sé como podré vivir sabiendo que odio a las cuatro quintas partes de la gente que conozco. Debo dar gracias a Dios de conocer a muchísima gente. Puede que demasiados.

Pero gracias a ellos (o por su culpa, según se mire) llevo dos semanas intentando comprender qué es lo que funciona en mi cabeza, qué siento y que deseo. Y, aunque todavía no lo he encontrado de lo que si puedo estar seguro es de lo que no siento y lo que no deseo.

Esos malditos silencios, que no se pueden llenar con palabras porque son demasiado profundos. Esos malditos silencios que no hacen más que recordarnos que todo aquello que teníamos, aquel jardín mío, nuestro, aquella maravilla que ambos construimos con las manos y con el solo poder de nuestros anhelos, aquello que tanto quisimos se muere lentamente, como nosotros mismos, que vemos como nos alejamos irremediablemente el uno del otro. Quedando eso, silencio.

Y qué hacer ahora que nuestros caminos se bifurcan. Qué no hacer. Pero lo más importante, cómo puede ser que en lugar de querer guardar todos nuestros recuerdos lo que más me apetezca sea enterrarlos como si de una nao vikinga se tratara. Como evitar acercar la cerilla que prenderá lo poco que queda de nuestros corazones, quizás en un vago intento de inflamarlos, quizás sólo para terminar con la oscuridad de esos malditos silencios...

miércoles, 25 de mayo de 2011

jueves, 19 de mayo de 2011

Hundimiento e ira

Anegado en lo más íntimo, intento enfrentarme a todos mis demonios. Aquellos que me machacan cuando más débil y me siento y más fuertes son cuanto más fuerte soy yo.

Hay veces que el mundo te da la espalda, que te ves maldito por alguna fuerza sobrenatural ajena a ti mismo y cuando intentas hacerle frente, ves como su inmensa sombra oscurece la luz más poderosa.

En esos momentos de soledad impuesta es donde tu alma llora, mortalmente, deshaciendo lo más profundo de tu interior, desdibujando las sonrisas. Osas sonreir siquiera un momento, pero las miradas se clavan en tu cuerpo, como dardos envenenados, derritiendo los anhelos de resurgir entre las cenizas. Y lo peor es que nadie te mira.

Vas a lugares plagados de gente, donde se había requerido tu presencia y sólo puedes enviar un leve fantasma de tí mismo. Ese fantasma es más tu que nadie, pero no parece cumplir su cometido.

Y luego, en el hundimiento de la soledad, lloras de rabia contenida, rogando una mano amiga que seque tus mejillas, con sus manos, con sus brazos, con sus labios, con una caricia, con un abrazo, con un beso... Pero nunca hay nadie, sobretodo si ya te has despedido...

La ira no puede acompañarte en tu soledad, y la soledad te llena de ira. Esclavo en un circulo vicioso, que cava tu esférica tumba, donde al final, cuando tu corazón ya no puede exudar más lágrimas, reposas, tranquilo, dormido como un niño pequeño.

viernes, 6 de mayo de 2011

El cambio

Hace un tiempo, tomando unas cervezas con unos amigos, jugueteaba yo sutilmente con una cajetilla de tabaco que había sobre la mesa. Es una de mis manías, siempre que tengo algo entre las manos, lo giro y muevo, como si de un tiovivo se tratara el objeto.

En una de esas pausas digresivas que se toman en las conversaciones, uno de tantos silencios que llenan cada uno de los momentos de nuestra vida, leí lo que rezaba ese cartel premonitorio que viene ahora en los paquetes de tabaco. Cual fue mi sorpresa al ver que esos mensajes, siempre descafeinados y llenos de leves acusaciones, se tornaban ahora en guerreros míticos, cargados de palabras enormes y afiladas, como si de un gran mandoble se tratara.

Ahora, fumar ya no puede matar, directamente mata. "Fumar mata" decía a gritos esa cajetilla, y yo podía ver como a cada calada, los comensales de aquella cena de los idiotas iban consumiéndose un poco más a cada momento.

Desde aquel momento, lo miro todo con mucho más cuidado. Lo contemplo todo con esa parsimonia que intento sea mi huella. La mirada contemplativa que sopesa cada uno de los gestos, silencios, palabras y movimientos que hacen mis interlocutores, que se producen a mi alrededor. Ahora miro con respeto las hojas que me asaltan cuando paseo, o escucho con ávida atención los henchidos gorjeos que las aves pregonan en su vuelo.

Esa máxima atención es señal de que algo ha cambiado. Algo ha cambiado en mí. Un periodo se acerca peligrosamente a su fin, y yo debo estar preparado para combatirlo. Ahora debo enfrentarme al nuevo futuro que se abre ante mí, como una tierna flor que desea ser enarbolada hacia el firmamento plagado de estrellas, preguntando por su lugar.

Y no debo tardar demasiado en darme cuenta de que ese brote magnífico que se abre ante el mundo, soy yo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Eris

Te odio a ti.

A ti y a todo lo que representas


Te odio por no ser mía.

Por haberte transformado en lo que soy.

Un ser dependiente.

Alguien que te necesita.


Porque ahora no sé vivir solo.

Quiero que me mires,

que me mimes,

que me abraces y me beses.

A mí, sólo a mí.


Me has convertido en un ser egoísta.

En alguien que te busca en todas partes.

Alguien que pone su alma en cada mirada.

En cada batida a ninguna parte.

Para encontrarte,

a ti,

siempre desaparecida.


Alguien que te busca en cada palabra,

en cada mirada distraída,

en cada suspiro y estrella.

En la tempestuosa neblina

de un mañana incierto.


Alguien que no sabe encontrarte…


Por eso te odio,

porque te extraño a mi lado,

y tú…

tú no lo ves.


Porque se desgarra mi corazón

cada vez que veo tu retrato,

porque lloro como un niño

cuando no estás…


Algo en mi ha nacido

y me ha cambiado.

Con tu amor me has matado,

por eso te odio…

por no saber amarte…